Basura romántica
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Era 1960 en el barrio El Porvenir, en La Victoria. El colorao Pastor tenía un encargo urgente, de esos que se hacen con más nervio que vergüenza. Había escrito una carta para Sonia, su atractiva vecina. —Tarzán, hazme un favor —le dijo—, entrégale esta carta. Me da pena declararme directo. —No te preocupes —respondió Tarzán—. Siempre la veo a las siete de la noche, a la hora que pasa la basura. En esos tiempos, antes de los camiones compactadores, la “flota recolectora” eran viejas cisternas inservibles, recortadas en la parte superior para que cupieran uno o dos hombres… y, por supuesto, la basura. No había bolsas plásticas: los desperdicios se envolvían en papel periódico y, los más precavidos, reforzaban el paquete con soguilla o pabilo. El procedimiento era simple: un trabajador corría junto al camión, recibía el paquete y se lo pasaba a los receptores de la cisterna. Los vecinos más forzudos, en cambio, prescindían del corredor y lanzaban ellos mismos, a riesgo de dejar un ojo mor...